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Todo suele suceder por una causa que no logramos descubrir de inmediato; Al final, no hallamos casualidad sino causalidad

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Perdonarte?

Las cosas empiezan a cambiar para mí. No puedo conebirlo, no puedo –siquiera imaginarlo. Diste alas a mis ilusiones, hiciste promesas de amor, de eternidad, de Por Siempre y de Nunca, y días después, te entregaste a la fiera, saboreaste la lujuria y te arrastraste a un cuerpo que no era mío… ¿Por qué? Quiero saber, los detalles, cada suspiro, cada gemido o cada caricia, cada mirada perversa, cada fricción que tu mano hizo en su miembro… ¿Te gustó tanto? Porque no mientas, sabes que te gustó… ambos sabemos lo bien que te gustó. Odio al imbécil que logró tomarte, aunque en parte le doy gracias, porque fue él quien detuvo el momento insano, el momento lascivo, y huíste, como alma arrepentida, cuando poco antes te entregabas cegada por el deseo. ¿Lo tiene más grande? ¿Es más viril? ¿Te sentiste dominada por su necedad y su bruto carácter? Sé que estabas entoxicada de alcohol… pero sin importar lo que digas, no tienes excusa para mí. Por mi sed pasaron vasos de tequila, vino, ceveza y ajenjo, por mi camino se presentaron tentaciones, incluso en la distancia, cuando estuvimos bastante separados, tuve la oportunidad de dejar que el pecado me guíe ¡Pero a dañarte, herirte, traicionarte, prefería morir! Siento que has limitado la manera en la que podía amarte, y cada día, cada momento, cada diminuto instante, lucho contra esta locura, intentando reparar el daño por mí mismo.  Estoy en una batalla conmigo mismo, con mi remordimiento, con el odio, y con la escena que no deja de repetirse en mi mente… Mujer, no pierdo la fe en que pueda perdonarte algún día, pero –acaso sea el día en que no tenga motivos para hacerlo, cuando en tu limbo te sorprenda con el olvido, y veas que te perdono, porque te olvido…

¡Mujer! ¿Por qué me traicionaste?… Mujer…

viernes, 9 de septiembre de 2011

Desiderata

angelhaliex04ej2

Soy el alma de los olvidados, el guardián de los recuerdos, soy tu verbo puedo.

Soy lo que soy y he decidido ser.

Fui creado de la mano de tu arcángel para saciar tus impulsos artístivos, la luz blanca sobre la oscuridad; esperanza.

Espero poder recibir de tu mano muchos trazos, líneas sin sentido que dan forma a letras, o dibujos…

Soy el hada del deseo, me llaman Kamir…

jueves, 8 de septiembre de 2011

Para quienes les pueda interesar, he creado una página en facebook en honor a quien es considerado uno de los mejores violinistas de nuestra historia: Niccolo Paganini.

Su vida está llena de misterio, y su gran don para el violín fue causante de creencias y hasta leyendas, así que si es un tema de su interés, es probable que les guste echar un ojo a esta página en Facebook.

http://www.facebook.com/pages/Niccol%C3%B2-Paganini/114158365354511

¡Espero que les guste!


lunes, 25 de julio de 2011

Vuelve

soledad 2

Maldita esta distancia…

Maldita que me separa de ti

De tus ojos…

De tu boca

De tus piernas

De tu indulgencia

 

Maldita maquiavélica

Cómplice del letargo del tiempo

Que juntos, con su inercia

Apesadumbran con agudo cinismo…

Y una pura imprudencia

 

Malditos ambos por su necedad

Por el minuto que sabe a hora

Por las calles vacías

Que exceden de todo

Pero carecen de ti

 

Los maldigo por las lágrimas en silencio

Cuando nadie presencia mi pena

-Más que la almohada, en la sofría noche

Y las cortinas estrelladas del viento

 

Evoco tu recuerdo, mientras le hablo a tu foto

Un rostro… nada más

Un rostro, es lo que necesito

-Para ser feliz

Un rostro, que está ausente

Lejos de mí

 

Los maldigo por alejarte

Por arrancarte de mi piel

Por llevarte donde no puedo seguirte

Donde sólo puedo añorarte…

Y en mi ávida desesperación

¡Llorar!...

 

“Volveré” no basta

Te quiero aquí, y ahora

¡Soy terco, lo sé!

Pero no importa, no tengo indulgencia

Sólo una necesidad

 

Da vuelta ¡Regresa!

Corre y llega pronto…

Porque cada miserable segundo…

Cuenta por diez, y diez, por mil.

 

Tiempo y distancia…

Aliados y grandes estratagemas

Calculadores en frío

Que saben cómo lastimar

Los odio… ¡Los odio a morir!

 

No me gusta tu ausencia

Mis impulsos sobre ti me superan en creces

Necesito saber que te tengo

No por posesión

Ni por deseo

Sino… porque te quiero... aquí

Y no allá

 

Corre tiempo… y muere distancia,

Devuélvanme la esperanza

Y la alegría de sonreír

Devuélvanme el sosiego

Y sequen éstas lágrimas

Quiero de una vez…

Ver esos ojos volver a mí

 

Vuelve… amor

Vuelve, felicidad

Vuele, mi intangible tesoro

Vuelve a estos brazos,

Vuelve a besar estos labios

Vuelve a este errante

Que día a día (que saben a años)

Espera impasible tu retorno

 

Vuelve mi amor…

 

Que espero por ti.

domingo, 6 de febrero de 2011

La Tumba de los Hechiceros: Cuarta Parte

Autor: Sergio Rivera Rocha

III

El niño misterioso del canto

Euros y los demás sobrevivientes de Nynfa, la ciudad costera de la que provenían, se recuperaron luego de dos semanas. Fue muy difícil tratar sus heridas y malestares, algunos sufrían quemaduras muy graves, y una mujer que llegó inconsciente al reino, se recuperó por buena fortuna, aunque luego de despertar se sintió muy afligida porque su hija había muerto en el trayecto hacia Dálamos; su cuerpo por orden del rey tendría su respectivo funeral con una celebración en el palacio real, y aunque tal noticia no hizo que la mujer, Idna, esté mejor, sintió un poco de consuelo y un gran agradecimiento hacia Dhimos.

Ariadna, como era de esperarse, estuvo atenta a los pacientes durante los catorce días que tomó su recuperación. Por su incansable actitud, curiosidad y muchas veces, necedad y orgullo, tenía habilidad para muchas cosas. No sólo se había entrenado como excelente guerrera (con lo que el rey nunca estuvo de acuerdo) sino que también era muy buena en medicina. De niña le gustaba pasar tiempo con los curanderos, haciéndose enseñar todo cuanto podía aprender. Incluso la gente sentía asombro ante la gran curiosidad y dedicación que había despertado en la princesa desde su nacimiento. Ya a sus diez años, había acabado con todos los textos de la historia de Dálamos, entendía perfectamente el movimiento económico de su reino y estudiaba las estrellas. Muy pocas veces, por no decir ninguna, tomó importancia a su corona. Solía pasar todo el día fuera del palacio, conociendo más de su gente, explorando nuevos territorios (tales fueron sus ansias de aprender que el rey y su esposa temieron que le ocurriese algo en una de sus aventuras) y a sus catorce años, empezó a destacarse como una gran líder. Su elocuencia y gran poder de convencimiento asombraba a los Dalamienses, siempre dispuestos a escuchar a la querida Ariadna, pues no podían evitar darle la razón en casi todas sus ideas, por no decir todas.

Siempre tuvo grandes pretendientes, mas no era algo que le interesaba. Su mente estaba enfocada en el bienestar de su gente, y en luchar por lograr una mejor condición para Dálamos.

Así que, fue más deber que voluntad para ella, cuidar de aquellas personas. Se había encariñado particularmente de una muchacha, Aniel, con quien mantuvo largas conversaciones, creando un pequeño vínculo, que en parte incomodaba a Ariadna. Era bastante cerrada y a pesar de ser tan entregada y luchadora, no le gustaba mucho crear un ambiente de afinidad o cariño con alguien, tal vez porque dentro de sí, tenía mucho miedo y era más frágil de lo que cualquier podía pensar, aunque no lo admitía, o siquiera sabía. Así que, encariñarse de Aniel fue algo que no esperaba, y todo había sucedido sin que tenga tiempo de percatarse.

Al llegar, Aniel tenía varias fracturas, que incluso luego de esas dos semanas no curaron, y tomarían aún un buen tiempo en sanar, pero ya no significaban un peligro. Así que, Ariadna pasó en particular bastante tiempo con ella, tratando las lesiones, que en algunos casos, eran severos, como el brazo derecho donde Ariadna creyó ver una gran hinchazón hasta descubrir que se trataba de un hueso quebrado a punto de atravesar la piel. Aniel le contó durante todos los días que le cuidó lo que le había ocurrido. Su suerte no fue mejor que la de los demás. Su casa había sido uno de los primeros lugares en ser atacados por los Justos, y antes de que pudiera saber lo que ocurría sus padres ya estaban sin vida tendidos en el suelo, así que sin tiempo a reaccionar, en pánico y sin aliento, corrió hacia la habitación de su hermano menor, lo cargó en brazos y envolvió en sábanas, y justo antes de ser atrapada por los asesinos, saltó por la ventana, y emprendió la carrera, gritando y advirtiendo a todos, sin importarle o tal vez notar que tenía un gran pedazo de vidrio incrustado en el muslo izquierdo. Sus gritos de alarma, de hecho, evitaron que mucha más gente muera.

Siguió corriendo, adolorida por la gran herida en la pierna, pero casi al instante topó con otro grupo de los Justos, y antes de poder cambiar su rumbo, uno de ellos se le adelantó y la tumbó con un puño directo en la cara. Mientras intentaba recuperar la conciencia y ponerse de pie, vio horrorizada cómo cargaron a su hermano como un animal y lo apuñalaron, en ese instante, se incorporó con las pocas fuerzas que le quedaba y embistió al que tenía a su hermano, arrebatándolo de sus brazos, pero otro de ellos volvió a tumbarla, e ignoraron al niño que cayó bruscamente de espaldas, esta vez empezaron a patearla y golpearla en el suelo. Entre las figuras de los agresores que no dejaban de torturarla, cerca de ella, vio el cuerpo ensangrentado de su pequeño hermano, aún se movía y lloraba desesperadamente, y tuvo la esperanza de que alguien lo viera y se lo llevara, pero sus esperanzas eran muy tenues… No pudo creer que eso estuviese sucediendo; pensó, y deseó con todo el corazón que fuese una pesadilla, porque así despertaría en su cómoda cama, y vería a su madre preparando el desayuno, entonces le daría los buenos días. Preguntaría por su padre y le respondería que estaba pescando, como siempre, junto al pequeño Gabriel. Sonreiría al imaginar a ambos divirtiéndose como críos, aunque uno de ellos aún lo era. Esbozó una débil sonrisa al imaginar aquello mientras sollozaba, ya muy débil. Pero no era un sueño, y no despertó, en cualquier momento, se dejaría morir, se iba rindiendo ante al dolor…hasta que vio repentinamente cómo dos de los hombres cayeron sin aliento; Euros y un compañero los habían atacado, y luego de derribar a los demás antes de que puedan reaccionar al sorpresivo ataque, ayudaron a Aniel a incorporarse, quien apenas podía moverse. La arrastraron lejos de la multitud y el peligro, y cargaron a su hermano Gabriel, que milagrosamente seguía moviéndose. Euros desapareció por un par de minutos, hasta que volvió con vendas, agujas y algunos frascos. El compañero de Euros cargó a Aniel, y Euros al niño, y se alejaron apresurados de Nynfa, desapareciendo en los bosques. Aniel dirigió su mirada a Gabriel… y en ese instante, perdió la conciencia. Cuando despertó, estaba en una carroza, era de noche. Euros fue la primera persona con quien sus ojos chocaron, quien ansiosamente acudió a ella, pero al instante sus ojos empezaron a buscar a su hermano, que para su fortuna, estaba dormido al lado de ella, no había fallecido. Revisó su herida, y llevaba una desagradable marca roja en el costado de su estómago. Euros le explicó entonces que logró salvarlo antes que muriese desangrado, aunque le cicatriz dolería mucho cuando el sedante pierda efecto y despierte. Aniel cogió a Euros en un desesperado abrazo y rompió en lágrimas. El compañero de Euros era, en efecto, su hijo mayor, Danael, que se encariñó mucho con Gabriel, algo que alivió a Aniel porque durante todo el trayecto hacia el norte hasta dar con Dálamos, se sintió muy débil y no podía atender a su hermano de seis años, aunque él ya se sentía mejor y caminaba sin problemas, incluso reía y se ponía terco e inquieto. Preguntaba mucho por sus padres, a lo que Aniel siempre respondía con un frío silencio y un par de ojos sollozantes. Danael finalmente le había explicado que “Todas las personas, al nacer, tomamos prestado el fulgor de una estrella del cielo para vivir, y llega luego el momento en el que debemos ser humildes y devolver ese resplandor que tomamos para realizar nuestro objetivo en el mundo, y en nuestro lugar, aparece una estrella más en el cielo”. Le indicó también que si quería ver a sus padres, sólo debía mirar a las estrellas, que entre todas ellas, estaban vigilándolo, cuidándolo hasta que deba reunirse con ellos. Eso fue poco antes de llegar a Dálamos, donde felizmente fueron recibidos y atendidos.

-Es horrible- había dicho en algún momento Aniel mientras Ariadna trataba sus fracturas y heridas –ver a tu familia morir, es un momento en el que todo se detiene, un escalofrío que recorre cruelmente todo tu cuerpo, sientes que en cualquier momento te desvanecerás, porque lo has perdido todo. Es lo peor que pudo sucederme en la vida… y más me duele no haber podido despedirme de ellos, ni enterrar sus cuerpos… Aunque, me siento tan agradecida con que Gabriel esté vivo, él es mi luz, mi esperanza, es mi ángel.

Ese sentimiento era horrible, sí. Ariadna lo sabía, lo había conocido cuando su madre la protegió del impacto de una explosión, una mañana que buscaban sobrevivientes en la guerra, en las afueras de Dálamos. Entendía ese momento en el que “Un escalofrío recorre cruelmente todo tu cuerpo” cuando, luego de recuperarse del aturdimiento, se incorporó e intentó despertar a su madre, pero jamás despertó. Y aun cuando supo que no lo haría, no dejaba de pronunciar su nombre, pidiéndole exasperadamente que despierte, fue la única vez que no le importó si en ese instante todo el reino contemplara su debilidad, su desgracia. Pero, desde luego, no lo compartió, ni con Aniel, ni con nadie, aquél sufrimiento, aquél momento, y esa escena, se lo guardó sólo para ella, y claro, su padre.

La historia de Aniel, desde luego que despedazó el corazón de Ariadna, y fue posiblemente la primera vez en muchos días que tuvo que voltear hacia donde nadie miraba su rostro para dejar escapar sus inevitables lágrimas. Algún día, pensó para sí misma, ya no podría esconder toda la pena e ira guardadas por mucho. Y en esas dos semanas le quedó claro que, los Justos habían sido los culpables de tal desgracia, y estaba convencida de que hallaría el momento, lugar, para hacer que paguen por sus ultrajes, y el precio sería, desde luego, mucho más que sangre.

Ariadna, además, vio en Aniel algo que ella mismo se negó, porque claro está, no podía ignorarlo, sabía que era el motivo por el que se había encariñado de ella. Vio en Aniel, un reflejo de ella misma de alguna manera que no podía comprender, o tal vez sí pero se rehusaba a hacerlo. Era, quizás, como ver su lado sensible totalmente expuesto, era lo que escondía del mundo. Y sentir tal apego a la muchacha era, dulce, y amargo. Prefería la soledad, y evitar los amigos, relaciones, o cualquier situación en la que se sienta expuesta a sus sentimientos, y es que enfrentar sus propias emociones, aquella realidad, era lo último que Ariadna quería hacer.

Dhimos y Julián ya se encontraban hablando preocupadamente por el ataque de los Justos. Era hasta ese momento difícil pensar que aquél gremio, considerado farol de la humanidad por siempre, pudiese ser culpable de tal brutalidad. Euros les había proporcionado toda la información que necesitaban, y no cabía duda alguna que aquellos invasores eran guerreros del Castillo de los Justos. La pregunta, que nunca pudieron responder era ¿Por qué?

Tanto Dhimos como Julián no querían caer en que ahora el Castillo era un enemigo de los pueblos libres, a diferencia de Ariadna que ya deducía que eran culpables.

Tras largas discusiones, siempre sin llegar a una clara conclusión, el rey y su general, optaron al fin, por marchar hacia la costa, hacia Nynfa, para buscar respuestas, pistas, algo que pudiera iluminar a tan cruel y más que todo, confuso evento.

Era como si, una madre, sin razón alguna, decidiera matar a su hijo. Los Justos, por tantos años divulgando la esperanza, fe, conciencia y paz, luego asesinando sin dar explicaciones…. ¿Era acaso coherente? Claro estaba, eran guerreros del Castillo, no refutarían el oscuro y amargo testimonio de Euros y sus compañeros, pero necesitaban respuestas, y desvelar la verdad escondida.

La decisión de Dhimos alegró a Ariadna, aunque su alegría se desvaneció casi tan rápido como cuando escuchó la primera noticia al saber que el encargado de la mencionada exploración sería Julián, esta actitud no sorprendió al rey ya que sabía que su hija esperaría ser quien realice el viaje. Julián, por su lado, no pudo evitar sentirse mal al ver decepcionada a la princesa, por lo que puso en sugerencia que ella podría acompañarle a él y sus hombres. Dhimos, desde luego, no dio lugar a que su hija salga del reino con el temor de semejante peligro (en especial no luego de perder a su amada mujer). Ariadna no hizo más que resignarse, aunque para sus adentros, se sintió agradecida con la voluntad de Julián para ayudarle a cumplir su deseo, aunque, desde luego, seguía molesta.

-Enviaré una lechuza si sucede algo inesperado- indicó Julián a Dhimos.

-Lo siento- dijo para despedirse de Ariadna. Siempre quiso acercarse a ella como un amigo, porque no fue difícil detectar que a pesar de ser una mujer energética, se aislaba del mundo, pero siempre sucedían imprevistos como aquél, en que Julián era colocado en una situación por la que Ariadna debía molestarse u objetar.

Y así, al amanecer del 3 de junio de 1969, quince hombres, a la cabeza de Julián, entre los que también se encontraba Danael (era lógico que deseara volver a su pueblo, además de ser el único en condiciones de hacerlo) partieron de Dálamos, en búsqueda de respuestas, dirigiéndose hacia el sudoeste, camino a Nynfa y las costas de Europa.

Si bien Ariadna no pudo realizar la tarea que había sido encomendada a Julián, aprovechó para tomar cartas en otros asuntos, jamás habría algo que no deba hacerse para ella. Regresó al palacio real en busca de Aniel, quería saber cómo se encontraba. Entró por el salón principal, y subió por una de las dos escaleras arqueadas que conectaban el segundo nivel del palacio con el salón principal. Tomó el pasillo a la izquierda, para luego dirigirse a una de las puertas que estaban distribuidas en fila.

Ahí vio a Aniel, recostada con un montón de vendas por todo el cuerpo, parecía momificada, pero se veía más alegre, estaba conversando con el pequeño Gabriel, cuando ambos vieron a Ariadna, desprendieron una inmediata sonrisa, Gabriel dio un salto de la cama de Aniel y saludó a la princesa con un abrazo.

-¿Cómo están?- preguntó mientras respondía al niño acariciándole la cabeza.

-¡Yo estoy muy bien!- respondió Gabriel con gran energía y una voz bastante aguda y tierna.

-Mejorando- dijo Aniel por su parte.

Mientras Gabriel jugaba y curioseaba por todo el cuarto, Ariadna aprovechó para contar a Aniel sobre la expedición hacia las costas de Europa, y desde luego, Nynfa. Ariadna emitió un suspiro al saber la noticia, y no pudo evitar sollozar. Pero sabía que reaccionaría de esa manera, por eso mismo, Ariadna había hecho algo que esperaba que no fuese ninguna ofensa o intromisión para Aniel. –Mira… Aniel, antes de partir, pedí a Julián un favor personal. Le dije que, al llegar a Nynfa, quemen los cuerpos que encuentren en el pueblo, y realicen oraciones de ceremonia, y bendigan el lugar para que no caiga ninguna energía maligna sobre el pueblo, y eso ha sido algo con lo que no sólo él sino mi padre y todos los guerreros que van en la expedición, e incluso Danael, estuvieron de acuerdo, todos perdieron amigos, familia, y muchos seres queridos en aquella tragedia. Este pequeño gesto… no los traerá de vuelta, pero al menos, estarás segura que pudieron despedirse de alguna manera… y sus cuerpos no fueron vilmente olvidados y abandonados para siempre.

-¡Oh, Ariadna!- exclamó Aniel ni bien terminó de hablar, e irrumpió en un fuerte abrazo. No, no se había ofendido, y fue un gran alivio para Ariadna.

Durante el resto del día, dedicó su tiempo a Aniel y Gabriel, quien no dejó de hacer preguntas que para Ariadna, fueron muy interesantes (¿Por qué el cielo es azul? Fue su favorita). No cabía duda alguna, ambos se habían convertido en personas importantes para Ariadna, y de algún modo, aquello dejó de incomodarle, y pensó para sí misma que, tal vez, inspirar confianza y fortaleza a los demás no signifique que debamos olvidarnos de nuestra humanidad. Con este último pensamiento se despidió de sus nuevos seres queridos, y fue a descansar.

Julián y sus hombres, junto a Danael, cabalgaron por cuatro días, sin encontrar rastro de los Justos en el trayecto, en todo el viaje contemplaron la mima naturaleza, muerta por la guerra (tomaría mucho tiempo hasta que vean una primavera como las de antes pensó Julián), pasaron por dos o tres aldeas, que sólo eran escombros, y ruinas, sin señal de vida, o siquiera muerte. No hallaron cuerpos, ningún rastro de los Justos. Pronto arribaron sin problemas en Nynfa.

Al llegar al pueblo, Julián pensó que, si Dhimos o Ariadna presenciaban lo que él, se darían cuenta de que todo lo que imaginaban con las historias que les habían contado sobre lo sucedido era mucho, pero mucho peor de lo que esperaban.

Lo primero fue el olor. Todos los cuerpos estaban ya descompuestos. La escena fue muy impactante para Danael, que tuvo que contener las ganas de vomitar y caer desmayado, Julián desde luego no se sorprendió, imaginó si viera lo mismo al llegar a Dálamos, su hogar, sus seres queridos. Tal vez su reacción sería incluso peor.

Recorrieron en silencio el lugar, y durante un buen tiempo no pronunciaron palabra alguna.

-Creo…-dijo finalmente Julián- que es hora de despedirlos.

Danael asintió con la cabeza, y todos vistieron guantes y barbijos de tela, para luego disponerse a acomodar los cuerpos en un mismo lugar. Julián pidió a Danael no participar de aquello, pero insistió en que quería hacerlo, y se mantuvo fuerte hasta que tuvo que detenerse en el momento que se vio cargando el cuerpo de su mejor amigo, emitiendo un grito que podía haberte escuchado a metros de ahí. Julián no aceptó que vuelva a tocar un solo cuerpo, ya que no permitiría que siga torturándose. Así que se alejó hasta que Julián y sus hombres terminen de reunir los cuerpos.

-Bien ¿Estamos listos?- preguntó Julián una vez reunidos todos los cuerpos, a lo que tanto sus hombres como Danael asintieron. –Es hora de dejarlos partir –dijo luego de suspirar, y mientras rociaba “Lágrimas de Cielo” (agua que era bendecida por los sacerdotes de cada reino) sobre los cuerpos, continuó –No dejemos que caigan en la desgracia, ni que la energía maligna caiga sobre este lugar que fue cuna de tanto amor, prosperidad, y felicidad de gente unida, familias, parejas, y amigos. Esta oración, estas palabras, serán el consuelo que les permita abandonar este lugar, y ser parte de nuestras memorias, y del eterno cielo.

Dicho esto, cada uno tomó una antorcha, las encendieron, y procedieron prender los cuerpos en fuego.

Mientras las llamas hacían su trabajo, Julián, Danael, y los quince guerreros que los acompañaban, empezaron a entonar una recitación, una especie de canto, que iba despacio:

Pronto viene el sol,

Duerme y soñarás

La creciente luz

Verás desde el final

Junto a ti estaré

Moriré también

Luego el mar azul

Las penas llevarán

Luego el sol serás

En el cielo azul

Nadie ya podrá

Herirte ni alcanzar”

Al terminar la canción, quedaron en silencio por un minuto. Después, cada quien se alejó para descansar un poco, y recuperarse de la triste y perturbadora escena. Julián sintió un leve alivio en sus adentros, ya que si Ariadna hubiera estado ahí, no creyó que habría podido soportarlo.

Julián recorrió lentamente el difunto pueblo, a manera de buscar alguna pista sobre los Justos. Entró en algunos hogares, que estaban en ruinas, algunos sólo escombros, y buscó algún objeto, tal vez alguna espada de los Justos, algo, cualquier cosa que pudiese darle pistas sobre los asesinos, y en el mejor de los casos, de su paradero. Pensó que si no lograban hallar nada, tendrían que buscar las huellas de los hombres, que según los ciudadanos de Nynfa, habían llegado en caballos, así que si las huellas los delataban, podrían saber hacia dónde se habían dirigido, pero no estaba seguro si luego de casi un mes, las huellas estarían intactas. Pensaba en aquello mientras buscaba, hasta que escuchó una lejana voz, al instante se asustó y rápidamente desenvainó su espada, ralentizó el paso y procuró no hacer ruido… la voz desapareció, tuvo miedo de ser descubierto, así que se detuvo en seco, no dio un solo paso más, y silenció el sonido de su respiración cuanto pudo. Segundos después, volvió a oír la voz… esta vez más clara... aunque aún no podía deducir si era hombre o mujer, parecía ser… ¿De un niño? Se percató luego de que la voz estaba cantando:

“…Pronto viene el sol,

Duerme y soñarás

La creciente luz

Verás desde el final…”

Lenta y sigilosamente, se dirigió hacia la voz… hasta que se hacía cada vez más clara y fuerte. Ya cuando sintió que estaba bastante cerca, prosiguió con extrema cautela… estaba bastante lejos de su grupo, así que sería muy poco probable contar con apoyo, sin embargo no daría un paso atrás, debía hacerlo. Se desplazaba pegado al muro de una ruinosa casa, se detuvo justo en la esquina del mismo, la voz estaba justo al otro lado lateral de aquél muro.

“…Junto a ti estaré

Moriré también

Luego el mar azul

Las penas llevarán…”

Julián se puso bastante nervioso… primero utilizó el reflejo de su espada para ver a la persona que se encontraba cantando tras doblar aquella esquina, no fue muy claro lo que vio, pero parecía una persona entunicada, no había otros. Así que, armándose de valor, dobló la esquina de la casa lentamente y de espaldas, estaba una persona vistiendo una oscura túnica, al igual que una capucha.

“…Luego el sol serás

En el cielo azul

Nadie ya podrá

Herirte ni alcanzar”

La persona entunicada, entonces, volteó lentamente, Julián sólo observó, atónito y sorprendentemente aterrado, a tal punto que no podía mantener la espada firme. Estaban frente a frente, él y aquella persona misteriosa… aún no podía verle el rostro, hasta que, como si hubiera leído su mente, se quitó la capucha.

Julián no podía creer lo que vio, aquella persona… era… era hermoso, jamás había visto un hombre tan bello… podía ser un niño. El niño se quedó mirándolo fijamente, con una mirada tan profunda y tan terrible, que Julián se sintió completamente desarmado… estaba asombrado ante tanta belleza, y al mismo tiempo, tan asustado… no dejaba de temblar… entonces, el niño le sonrió… una sonrisa sublime, y a la vez, sumamente terrible.

-Te estaba esperando…

sábado, 29 de enero de 2011

La Tumba de los Hechiceros: Tercera Parte.

De Sergio Rivera Rocha

Capítulo II

Dálamos

child in fire

1969.

La guerra ha terminado. Han sido tiempos muy difíciles para todas las naciones, pero para fortuna de muchos, cesó. Tras largos años de caos, muerte y dolor, ambos gobiernos, declaran la paz.

El duro enfrentamiento que casi lleva a los dos continentes y a todo el mundo a las ruinas, será una historia muy triste de contar, pero será una historia, ya terminó.

Desde los más amplios reinos, hasta los pueblos menos visibles, hay – no celebración pero cierta tranquilidad. Muchas familias adolecen la muerte de sus esposos, hijos, hermanos. Sin ánimo de regocijo, vuelven a sus hogares, y dejan los refugios atrás. Algunas regiones sufren mucha preocupación porque deberán empezar desde cero, a causa de las devastaciones que provocó le guerra, convirtiendo grandes reinados en puro escombros.

Al norte de Europa, en el reino de Dálamos, gente de todo el continente llega desesperada, pidiendo ayuda. Han depositado sus últimas esperanzas en el rey Dhimos de la Benevolencia. Pero, ni el propio rey, en su más sincera bondad, puede ayudar más de lo que sus escasos recursos le permiten. La guerra ha sido más que devastadora, e incluso para un reino tan próspero como Dálamos, las consecuencias son atroces.

En el palacio real, el rey, mientras contemplaba con gran frustración cómo su pueblo sufre, era informado por su general.

-Mi señor...300 familias nuevas han llegado, suplicando por piedad. Provienen de Colonya. Hemos contado 98 hombres, 76 mujeres, y 126 niñas y niños.

Pero el rey Dhimos no pronunció palabra alguna, estaba ensimismado, enfrascado en la penumbrosa desgracia que consumía su corazón.

-¿Señor?...

Entonces, el rey dirigió su mirada al general, quien se sorprendió al ver que el rey... sollozaba.

-Dime, Julián... ¿Por qué la guerra?...

El general no sabía qué responder. Pero el rey repitió la pregunta

- ¿Por qué la guerra, Julián?

-Porque...- hizo un esfuerzo- hay problemas en el mundo, señor... y éstos crecieron, y también porque los Justos nos abandonaron.

Dhimos, el rey, observó al joven general, Julián, como si fuese su hijo, y suspiró, irguiendo el cuerpo.

-La guerra, y el caos... son porque los humanos también. Ninguna desgracia cayó sobre nosotros, Julián... nosotros la trajimos. El ser humano puede ser un artista asombroso, y colosal arquitecto. Es un artefacto milagroso, pero al mismo tiempo, es despiadado y destructor, y en menos de un parpadeo, puede llevar a la ruina todo lo que esté a su paso.

Julián observó al rey mientras abandonaba el salón, sin saber qué responder, o sin saber si acaso debía responder.

-Demos alojamiento y comida a las familias que llegaron, no encontrarán otro lugar. Cerrarles nuestras puertas será enviarles a su muerte- dijo el rey antes de desaparecer.

Ariadna se encontraba en los almacenes, junto a guerreros, gente del reino, y otros voluntarios, ayudando a repartir provisiones a todas las familias que cayeron en la desgracia. Le habían insistido en no participar, pero su sangre real era para ella, nada comparado con el sufrimiento humano, y no se quedaría de brazos cruzados, mostrando compasión, mientras disfrutaba de su realeza en tiempos tan difíciles.

Era una mujer fuerte y decidida, terca en muchas ocasiones, difícil de manejar, pero gran líder. Su padre, el rey Dhimos, apenas había logrado convencerle de no unirse a la infantería, porque como todo padre, le preocupaba tal descabellada determinación por ser general del ejército. No era partidaria de la guerra, pero sí alguien que deseaba ofrecer seguridad, confianza, y orden. Era, en efecto, más fuerte y osada que su padre.

Les tomó todo el día realizar la complicada tarea de acomodar a tantas familias, darles alimento, ropa, y curar a muchos heridos y enfermos. Ariadna disimulaba el dolor que sentía al ver tanta desgracia. Su mente podía ser dura como una roca, pero su corazón podía ser frágil como un pétalo. En un momento, tuvo que atender a un niño que había perdido parte de la mano izquierda, y mientras suturaba las heridas, el niño lloraba desesperado, tal escena pudo haber arrancado el corazón a la princesa, pero debía ser fuerte, sentía que de no serlo, no podía proteger a los demás.

Ya por la noche, mientras todos descansaban, Ariadna regresó al palacio real, agitada y perturbada, pero firme en seguir ayudando y dando aliento y esperanza a quienes la habían perdido.

-¡Hija mía!- saludaba el rey en una exclamación cuando vio entrar a su hija por el salón principal.

-Padre- respondió con una sonrisa, sin poder disimular el cansancio, y la pena que le tenía agobiada.

Rompieron en un abrazo, como si no se hubieran visto en mucho tiempo.

-Hoy estuviste fuera desde temprano... ¿Estás segura de esto, Ariadna?- preguntó el rey, acariciando con ternura la mejilla de su querida hija.

-Sí, padre, sabes que quiero hacer esto, las personas mueren y caen enfermas, no puedo sentirme tranquila y seguir siendo una princesa cuando mi gente y nuestros soberanos están en tanta desdicha

-Oh, hija mía... tan determinada y terca, y aún en tiempos oscuros, fuerte.

-La verdad...-dijo Ariadna, suspirando antes de continuar- quisiera ser más fuerte. Tanta... tanta gente, papá... -empezó a sollozar- es tan cruel...

El padre abrazó a su hija, los dos compartían un cariño por la gente inocente del mundo, y el sufrimiento por el que eran castigadas, parecía algo tan cruel para ellos.

-Pero debo ser fuerte, papá- se secó las lágrimas y tomó un fuerte respiro para recuperarse- estas personas necesitan ver la luz en tanta oscuridad, están perdidos en la miseria...

-Lo sé hija, así como sé que no los abandonarás. Eres fuerte, lograrás hacer cosas grandes por todos.

Ariadna respondió con una sonrisa y dio un nuevo abrazo a su padre.

Fueron interrumpidos por las puertas del salón principal que se abrieron bruscamente.

-¡Señor!...- escucharon un grito, seguido de unos apresurados pasos, y al instante, Julián, pálido y por lo visto, mucho más perturbado que Ariadna.

-Majestades...- dijo Julián, intentando recuperar el aliento.

-¿Qué pasó, Julián?- inquirió el rey, aún más asustado por la expresión del general.

-Han llegado más... no muchos, vinieron en caballos y caravanas, están terriblemente heridos.

-¿De dónde son?- preguntó Ariadna.

-Vienen de la costa.... pero eso no es lo peor, majestades.... sino lo que les pasó

-¡Explícate!- dijo Ariadna, impaciente.

-No fueron víctimas de la guerra.

Estas últimas palabras dejaron atónitos al rey y su hija, la guerra había terminado hace meses ¿Qué había pasado, entonces?

-Fueron atacados... hace 10 noches.... y aseguran que sus opresores fueron... -hizo una pausa, como si le costara decir lo siguiente, tomó aire y finalmente continuó.

-Aseguran que sus opresores fueron los Justos.

Era increíble, inconcebible. Ni el rey ni su hija dieron crédito a lo que Julián les acababa de informar, así que, apresurados, nerviosos e incrédulos, corrieron hacia los recién refugiados, que aseguraban haber sido atacados por un gremio que hace muchos años había quedado en silencio. Estaban atónitos.

Como había mencionado Julián, eran pocos. Y aún peor, algunos ya estaban muertos. Casi todos tenían quemaduras, no había ningún niño, sólo un grupo de mujeres y otro de hombres y ancianos. Las mujeres lloraban, algunas quedaban ensimismadas, perdidas en sí mismas, era una escena muy triste, y terrible.

-Su majestad- dijo uno de ellos ni bien vio que Dhimos y Ariadna llegaban al lugar –Hemos venido desde la costa, desesperados y asustados… nuestro pueblo fue atacado, nuestros hogares destruidos y nuestras familias quemadas… -el hombre empezó a llorar como un niño perdido y asustado- ¡Por favor!... le suplico piedad, no tenemos donde ir, ya algunos han muerto, estamos sin rumbo ¡Se lo ruego!...

Ariadna volteó por unos segundos, consumida por la ira y la frustración, mientras su padre respondió al hombre

-Estarán a salvo aquí, no dejaremos que caigan en la completa desesperanza, ni los dejaremos morir. Han llegado al lugar adecuado.

Todos soltaron una sonrisa, una suspiro de esperanza, una débil luz que vislumbraron en tan oscuro camino que les había tocado recorrer. El hombre agradeció besando las manos del rey, quien respondió con una sonrisa.

Ariadna se mostró fuerte, aunque por dentro no poseía tal fuerza, volteó de nuevo, y dijo –Lo primero que necesitan es curarse y alimentarse. Todos escuchaban atentos a sus palabras, como si fuera a darles instrucciones. Se dirigió a Julián –Por favor, llévalos al palacio real, y lleva a nuestros médicos, necesitan ser atendidos cuanto antes, no dejaremos morir a ninguno más.

Julián no dudo en obedecer, y dirigió a todas las personas hacia el palacio, pero antes, el rey volvió a tomar la palabra, dirigiéndose al mismo hombre que le había explicado su desgracia.

-¿Cuál es tu nombre?- dijo.

-Euros, señor. Euros Fiel- respondió el hombre.

-Has hecho honor a tu segundo nombre, Euros, has sido fiel con tus prójimos, y los has traído hasta aquí, guiándoles en la consternación, sirviendo de esperanza.

Euros sonrió al oír esas palabras, y agradeció con un “Muchas gracias, majestad”.

-Mi general, Julián- le habló nuevamente- me ha contado el testimonio que diste sobre sus agresores

-Sí señor- explicó Euros- fueron los Justos. Aparecieron por el atardecer, cuando ya se ponía el sol. Se oyeron gritos y sólo recuerdo haberlos visto, asesinaron a todos los que pudieron, y a muchos quemaron vivos. Derrumbaron las casas, y todos entramos en pánico, nadie sabía lo que sucedía, ni por qué. Reuní en ese momento a todos los que pude, tomamos los caballos y algunas carrozas y emprendimos nuestra huida. Es todo lo que vi, y mis compañeros no vieron más que yo

Dhimos quedó en silencio por un momento, mirando al suelo.

-¿Cómo lo sabes, por qué estás tan seguro?- inquirió.

-Porque, señor, una vez, hace muchos años, visité el Castillo, y ahí los conocí. –Miró fijamente al rey – Y yo señor, jamás olvidaría a un Justo. Quedé fascinado la primera vez que les conocí, vestidos en túnicas y armaduras, con elegantes capas y grandes espadas… y aquella tarde, cuando invadieron, los reconocí al instante. Yo los vi, incluso con la marca de los Justos en sus escudos, como en el Castillo.

Dhimos quedó sin palabras, y agradeciendo a Euros por la respuesta, indicó a Julián que continuara guiándolos.

Cuando él y su hija quedaron solos, empezaron a discutir sobre lo que acababan de oír.

-Por años han desaparecido, y nos abandonaron cuando más los necesitamos, y ahora… ¿Aparecen como asesinos? – indagaba el rey, dando vueltas en su mente, intentando buscar coherencia a sus ideas.

-Podrían no ser ellos, padre. Han estado en silencio por tanto ¿Y qué si algunas de sus tropas se han corrompido, o si son embusteros disfrazados?

El rey suspiró y paseó la mano por su rostro. La confusión lo tenía aturdido.

-Pensaremos en algo mañana, papá. Dejemos que Euros y su gente descansen y sanen, luego hablaremos sobre esto, intentando acomodar todo en su lugar. Entonces, sabremos qué hacer.

Dhimos sonrió y acarició los cabellos de Ariadna. –Tienes razón- le dijo. –Dejémoslos descansar por ahora, han sufrido bastante. Luego, nos preocuparemos de dar caza a los culpables. Es poco probable que los auténticos Justos hayan podido cometer semejante atrocidad. Ya tendremos tiempo para pensar en esto.

-Exacto- respondió Ariadna, y ambos se dirigieron al palacio.

Aquella noche, Ariadna tuvo una pesadilla, vio un pueblo arder en fuego, y mucha gente morir en sus llamas. Oía gritos desesperados, y personas corriendo en toda dirección, y entre el fuego, las cenizas, los gritos y el caos, vio una silueta, borrosa al principio, era un hombre, o una mujer, con una túnica, no pudo distinguirlo. Luego… la persona levantó la mirada hacia ella, y se quedó mirándola de tal manera que Ariadna sintió un horrible escalofrío recorrer todo su cuerpo, le vio la cara… y era… era… ¿Un niño?...

Despertó en ese momento, cubierta en sudor, fatigada y asustada. La pesadilla, que había sido corta, le había parecido tan larga, y mientras tomó un baño para quitarse el sudor, no hizo más que pensar en aquella figura… un niño.

lunes, 17 de enero de 2011

La Tumba de los Hechiceros: Segunda Parte

Capítulo I

1965.

La guerra entre África y Europa se extiende por todo el mundo.

Aldor Magnífico, gobernador de África, ha declarado “guerra eterna” (destrucción total de todo el territorio enemigo, reinos, pueblos, aldeas) a Einrich Valiente, gobernador de Europa.

El fuego se explaya por tierra y suelo, y el agua de los mares se torna rojo. Parece ser el exterminio de la humanidad, provocada por la misma humanidad.

El castillo de los Justos ha decidido desaparecer, sus influencias son nulas y temen ser eliminados si intentar intervenir.

El mundo, está en caos.

Nadie puede imaginar en esos crueles momentos que, al norte de Europa, en una pequeña aldea dentro de una casa lejos de la comunidad, un anciano es vilmente torturado por tres guerreros, a cabeza de un hombre misterioso.

 

 

-Los impuros han de ser castigados, pues ellos mismos han forjado su condena al despojarse de todo lo que es bueno, y puro. El fuego arderá en sus cuerpos y la oscuridad los reclamará como prisioneros, pues al ser impuros se han alejado de la luz…- recita el líder de los guerreros, vestido en túnicas y escondiendo su rostro con una capucha. Mientras da lugar a sus palabras, el anciano está siendo golpeado en el suelo por los guerreros, obligándole a sentir el frío y seco dolor de sus armaduras.

-¡Ya basta, por favor!... ¡Se los suplico, no sé nada! – chilla el anciano.

-El padre guiará a los puros hacia la luz eterna, donde no existe dolor ni mortalidad, donde todo es claro como el sol de la mañana, donde las almas descansan en paz – sigue recitando el líder, dando vueltas alrededor de la escena, ignorando los gritos de súplica y agonía.

-¡No sé nada!... ¡Por favor!...

-Aquellos que se hayan alejado de la luz, y hayan preferido el camino oscuro del pecado ¡No podrán ser perdonados! Pues son enemigos de la luz y la pureza, y la pureza no puede ser amenazada, porque es todo lo bueno que hay en este mundo. Los impuros serán exterminados como demonios que deben ser devueltos a sus infiernos.

-Por favor… por… favor… - el anciano deja de retorcerse en el suelo, ha perdido fuerzas, el líder ordena a los guerreros que se detengan, y con sutileza, se desliza rápidamente hacia el anciano, se arrodilla quitándose la capucha, revelando su rostro, luego sostiene al moribundo hombre en sus brazos en el suelo, acariciando su pálido y sangriento rostro.

-Dinos donde está- dice tranquilamente.

El anciano abre sus débiles ojos, y divisa el rostro del hombre torturador… ¡Podría ser un niño! Es bello, sus cabellos son negros como la más oscura noche al igual que sus ojos, que son profundos y tremendos. Sus labios se ven tan suaves y delicados, es perfecto… tan hermoso, pero tiene una forma tan cruel. Luego de contemplar aquél rostro, el anciano se atreve a tomarlo de la mano que acaricia su arrugado y masacrado rostro.

-No… n-no lo sé… lo juro- confiesa el hombre en su agónico estado.

- ¿No?- pregunta con una sonrisa, y asoma sus labios al oído del anciano

-¿Estás seguro?- insiste.

-No sé… n-nada, lo-lo j-juro…- responde.

-Oh… qué lástima- profiere el joven, o niño. Retira su mano del rostro del viejo hombre, y pasea la lengua por sus dedos, saboreando la sangre de la que se impregnó al acariciar al anciano. El pobre viejo se horroriza al ver la escena perturbadora, más por esa cara angelical, que es al mismo tiempo demoniaca.

-Vamos a ver si ahora estás seguro de lo que dices- sonríe el muchacho divertido, incorporándose.

-Tráiganla- ordena a los guerreros.

Al instante, traen a una niña atada de manos y pies, con un pañuelo firmemente atado a la nuca, que envuelve toda su boca, impidiéndole emitir palabra alguna.

-No… ¡No!- masculla débilmente el anciano.

-Tengo entendido que… es tu nieta ¿Verdad?- pregunta el muchacho con una amplia sonrisa, dando traviesos pasos hasta llegar a la niña y acariciando sus cabellos -Mira, no quiero lastimarla, pero… ya que no quieres ayudar… creo que tendremos que recurrir a una manera más persuasiva de convencerte de lo correcto, y lo correcto es ayudarnos, desde luego.

-Ya les… dije que n-no… n-no sé n-nada- insiste el anciano, respirando con mucha dificultad.

-Oh, qué pena- expresa el muchacho, besando a la niña en la frente- te dije que no quería hacerlo- da unos saltos hasta llegar al anciano, y nuevamente se arrodilla, pero esta vez para sostener al anciano de la cabeza y obligarlo a no dejar de ver a la niña

-Ahora verás… a tu nieta morir… ¿Muchachos?- En ese instante los guerreros desenvainan sus espadas, luchando contra la niña que hace fuerzas para zafarse de los hombres, pero es sólo una niña, y tres guerreros.

-Uno…- empieza a contar el muchacho. Los guerreros alistan sus espadas para asesinarla.

-No… p-por favor… ella… es…ella es i-inocente… por… por favor- el anciano apenas puede reunir fuerzas para hablar.

-Dos...- sigue el muchacho.

-No… ¡No!...

-Y…- su sonrisa es cada vez más cruel.

-No… ha-haré todo… todo lo que quieran… lo… lo que m-me pidan…

-¡Tres!

-¡Se los diré! ¡Lo haré! ¡Lo haré!

En ese instante, los guerreros detienen sus espadas, milímetros antes de atravesar a la niña, que no deja de agitarse y emitir sus gritos ahogados por el pañuelo.

-Oh… ¿Ahora… cambiaste de opinión?- pregunta el muchacho sonriendo.

-Les… diré donde es… donde está- habla el anciano –es… está… al… al norte, cerca de las colinas… d-donde a-acaba el lago… el-el lago… ahí… ahí está.

El muchacho lo contempla, luego dirige su mirada a sus hombres, y vuelve a mirar al anciano. Entonces, su sonrisa, se convierte en una carcajada que retumba por toda la casa, se incorpora y se dirige a uno de los guerreros, apoyándose en él, riendo a voz en cuello.

-¡Al norte! –exclama mientras festeja en su risa, golpeando la pechera del guerrero- ¡Donde acaba del lago!...- pasan varios segundos hasta que deje de reír, y luego, cuando su juerga termina, se dirige al anciano, aun sonriendo.

-Eres… un… ¡MENTIROSO!- masculla irritado –Tus compañeros, tus amigos… ¡TODOS DIJERON LO MISMO!... ¿Lo planearon? ¿Es un secreto que mantendrán hasta la muerte? ¿Decidieron todos decir lo mismo para coincidir? Hemos buscado en el dichoso lugar, y adivina qué encontramos… ¡NADA!... ustedes sólo nos dieron la ubicación de la estúpida leyenda, y esconden ¡LA…VERDAD!- patea fuertemente al anciano, como un niño frustrado, y dirige su mirada a sus guerreros.

-Mátenlo

-Señor… -es la primera vez en todo ese momento que uno de los guerreros se atreve a hablar- es el quinto… ¿No nos sería más útil vivo?

El muchacho sólo lo mira, detenidamente, no expresa nada, le dirige una mirada fría y asesina – ¿Sabes? Hazlo tú, Benjamín- le dice finalmente.

-Señor…

-HAZLO TÚ, BENJAMÍN- repite desafiante y en voz alta.

El guerrero se acerca al anciano, y rápidamente, la hoja de su espada atraviesa su pecho. El anciano emite un profundo grito de dolor, que rápidamente se apaga, y queda inmóvil, muerto.

-¿Y la niña?- pregunta otro de los guerreros, este tenía un tono de voz muy diferente a Benjamín, de hecho, Benjamín es un pobre soldado que debía cumplir con órdenes porque era débil, y de desobedecer, asesinarían a su familia, mientras que los otros dos, disfrutan lo que hacen.

-¿Podemos divertirnos con ella?- inquiere el otro- Hace mucho que no lo hacemos, y usted prometió satisfacer nuestros caprichos

El muchacho mira a la niña, que le devuelve una mirada asustada, y no deja de expulsar gritos por debajo del pañuelo, que aun así, son fuertes.

-Benjamín, acompáñame… ustedes dos, diviértanse con la niña, pero luego déjenla ir

Los dos hombres emiten carcajadas y tiran a la niña al suelo mientras empiezan a quitarse las armaduras. El muchacho y Benjamín salen de la casa. Mientras Benjamín alista los caballos, el muchacho contempla la luna, como siempre lo hace, todas las noches… y empieza a recitar como siempre, entonando su voz, como si cantara.

Pronto viene el sol,

Duerme y soñarás

La creciente luz

Verás desde el final

Mientras canta, los gritos de la niña y las carcajadas de los hombres provenientes de la casa se hacen cada vez más fuertes. El muchacho no deja de cantar.

Junto a ti estaré

Moriré también

Luego el mar azul

Las penas llevará

Los sonidos de la casa son cada vez menos agradables, pero por mal o por bien, el muchacho sabe que ya terminará, y sonríe mientras termina su canción.

Luego el sol serás

En el cielo azul

Nadie ya podrá

Herirte ni alcanzar

Herirte… ni alcanzar

Su canción termina mientras los sonidos de los hombres cesan, pero la niña sigue llorando.

-Benjamín- dice en un tono melancólico.

-¿Señor?- se acerca, y el muchacho le extiende la mano, entregándole un frasco con un líquido que parece ser agua.

-Ya sabes qué hacer- le dice.

-Sí señor- responde Benjamín.

 

 

La noche se desvanece mientras en la espesura de los bosques y la oscuridad penumbrosa, el muchacho y sus 3 guerreros se dirigen al siguiente objetivo, en busca de la respuesta que no podrán encontrar.