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Todo suele suceder por una causa que no logramos descubrir de inmediato; Al final, no hallamos casualidad sino causalidad

domingo, 20 de julio de 2008

El misterio de Eonora


Se sentó a leer la carta con cautela. Respira profundamente, se frota la frente -está nerviosa- tiene un leve presentimiento. Sabe lo que la carta dice, no es necesario leerla. Aún así, sujeta el papél con sus dedos, húmedos por el sudor. Solo una cosa podía estar escrita, solo una cosa podría explicar la existencia de dicha carta; la cama destendida, el ropero entreabierto y un montón de cosas de la casa ausentes.

-No, no era un robo, era algo peor.

Temblaba... sus dedos temblaban; Una inquietante lágrima acarició su mejilla. ¿Qué error habría cometido? Antes las cartas le habían encantado, pero ésta vez no; Aquella vez le tenía miedo a la carta, a su contenido, a esas palabras escritas que esperaban ser paseadas por su vista. No lo haría, no quería.

Dejó caer el papel sobre la mesa, se incorporó y recorrió toda la sala en busca de algo que le faltaba... no estaba.

-Era su felicidad lo que buscaba, pero no la encontraba

¿Dónde?¿Cómo?¿Cuándo?.... uno juega a ser ignorante por que no quiere aceptar ciertas realidades, ciertas verdades. Somos humanos-es normal. Y ella, ella no quería aceptar lo que ya sabía. Podría incluso admitir que estaba muerta, pero no admitiría que aquello había sucedido...

Sirve un vaso de agua, lo bebe despacio; Un intento de buscar tranquilidad...

Nuevamente pasa su palma por la frente y la mejilla... no entiende, no quiere entender. Sus ojos no pueden evitar mirar la carta que sigue sobre la mesa, llamándola... pero no quiere escuchar. No quiere admitir la cruel y fría verdad.

Pero la carta sigue ahí... esperando paciente.

No puede evitarlo, no quiere esperar más; Sabe lo que el papél dice, pero aún así, sabe que debe terminar ese angustioso momento; no puede retener el placer de sufrir; A todos nos gusta de alguna manera el dolor, a todos nos gusta ser dramáticos, a todos nos gusta imaginar escenas dramáticas de nuestras vidas en las que somos crueles víctimas... y cuando de verdad llegan esos momentos, nos encontramos en momentos duales; Nos agrada ese dolor, pero no más que cómo nos duele... somos masoquistas por naturaleza; de otro modo no seríamos humanos.

Ella recuerda que es humana, sabe que ese sufrimiento viene por mal y por bien. Debe leer la carta...

Se asoma, nerviosa y con lágrimas resbalando por las mejillas. Vuelve a sentarse, observa el papel, está ahí, indiferente ante el daño que su misterio puede significar.

Lo toma entre los dedos... cierra los ojos y toma un profundo respiro. - Es hora - dice en un pobre y casi muerto susurro.

Sus ojos van paseando por las líneas formadas de aquellas palabras hechizadas, maldecidas y condenadas.

Es inevitable... es cierto; Sabía lo que la carta decía aún antes de leerla; pero debía saciar su masoquismo, su sed de sufrimiento, y su temor.

Termina de leerla... sonríe; Siempre supo que pasaría, al menos lo temió por varios momentos; lo supo en cuanto entró por la puerta; las cosas mal acomodadas, algunas desaparecidas. La habitación destruída; el ropero entrabierto con un montón de ropa ausente. No estaban las camisas ni las corbatas, los pantalones ni la ropa interior. Los zapatos, varias fotos, y pequeños detalles que formaban parte de un tesoro que había aprendido a compartir. Solo esa carta... solo eso quedaba.

Quizá debió ser más realista -o menos pesimista- quizá ese fue su error; vivir demasiado en un futuro y ausentarse en el presente. Pero ahí está; la cruel verdad. Le cuesta admitir, aún no quiere aceptar; Y no lo hará.

Sumergida en miles de cientos de recuerdos, camina apresurada hacia el dormitorio. -Ojalá siga ahí, que no se lo haya llevado- piensa para sí misma. Rápidamente se desliza por la habitación hacia la mesita de noche; Abre el pequeño cajón; ahí está. Sabía que le dejaría ese obsequio, por que sabía que lo necesitaría... primero lo revisa; está en perfecto estado y aún tiene dos balas.

se sienta sobre la cama... comienza a reír a carcajadas.. pero luego su risa se convierte en un desesperado llanto. No deja de recordar.. los besos, las risas, las aventuras, las promesas de amor... el anillo de matrimonio; el hijo que lleva dentro -él no lo sabía aun- pero será mejor para la criatura no conocer el mundo si no tendrá a su padre.

Quizá tuvo una amante, quiza encontró a alguien mejor que ella... lo amaba, demasiado, y lo sigue amando; por ese mismo motivo es que entre su incontrolable llanto y su dolor, miedo y furia, sostiene el arma con ambas manos. Cierra los ojos; La última imagen que tiene, el último recuerdo, es del día anterior; cuando lo notaba indiferente y vacío, como si no quisiera estar con ella, cuando se le acercó y le dijo -te amo- pero él no respondió.

Entonces, sus dedos empujan el gatillo y lo único que siente es un ensordecedor estruendo seguido de un dolor punzante en el pecho. Cae de espaldas sobre la cama. Observa el techo.. recuerda que después de hacer el amor, quedaban prendidos del techo, conversando y jurándose amor eterno... le duele, le duele demasiado... le duele más que la bala incrustada en su pecho. Deja de sentir... tiene frío.. su cuerpo no responde... hubiera querido ser madre... pero ahora se lleva a su hijo consigo.. queda ahí, quieta; ya no siente nada... da un ultimo suspiro... y luego... nada.