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Todo suele suceder por una causa que no logramos descubrir de inmediato; Al final, no hallamos casualidad sino causalidad

domingo, 6 de febrero de 2011

La Tumba de los Hechiceros: Cuarta Parte

Autor: Sergio Rivera Rocha

III

El niño misterioso del canto

Euros y los demás sobrevivientes de Nynfa, la ciudad costera de la que provenían, se recuperaron luego de dos semanas. Fue muy difícil tratar sus heridas y malestares, algunos sufrían quemaduras muy graves, y una mujer que llegó inconsciente al reino, se recuperó por buena fortuna, aunque luego de despertar se sintió muy afligida porque su hija había muerto en el trayecto hacia Dálamos; su cuerpo por orden del rey tendría su respectivo funeral con una celebración en el palacio real, y aunque tal noticia no hizo que la mujer, Idna, esté mejor, sintió un poco de consuelo y un gran agradecimiento hacia Dhimos.

Ariadna, como era de esperarse, estuvo atenta a los pacientes durante los catorce días que tomó su recuperación. Por su incansable actitud, curiosidad y muchas veces, necedad y orgullo, tenía habilidad para muchas cosas. No sólo se había entrenado como excelente guerrera (con lo que el rey nunca estuvo de acuerdo) sino que también era muy buena en medicina. De niña le gustaba pasar tiempo con los curanderos, haciéndose enseñar todo cuanto podía aprender. Incluso la gente sentía asombro ante la gran curiosidad y dedicación que había despertado en la princesa desde su nacimiento. Ya a sus diez años, había acabado con todos los textos de la historia de Dálamos, entendía perfectamente el movimiento económico de su reino y estudiaba las estrellas. Muy pocas veces, por no decir ninguna, tomó importancia a su corona. Solía pasar todo el día fuera del palacio, conociendo más de su gente, explorando nuevos territorios (tales fueron sus ansias de aprender que el rey y su esposa temieron que le ocurriese algo en una de sus aventuras) y a sus catorce años, empezó a destacarse como una gran líder. Su elocuencia y gran poder de convencimiento asombraba a los Dalamienses, siempre dispuestos a escuchar a la querida Ariadna, pues no podían evitar darle la razón en casi todas sus ideas, por no decir todas.

Siempre tuvo grandes pretendientes, mas no era algo que le interesaba. Su mente estaba enfocada en el bienestar de su gente, y en luchar por lograr una mejor condición para Dálamos.

Así que, fue más deber que voluntad para ella, cuidar de aquellas personas. Se había encariñado particularmente de una muchacha, Aniel, con quien mantuvo largas conversaciones, creando un pequeño vínculo, que en parte incomodaba a Ariadna. Era bastante cerrada y a pesar de ser tan entregada y luchadora, no le gustaba mucho crear un ambiente de afinidad o cariño con alguien, tal vez porque dentro de sí, tenía mucho miedo y era más frágil de lo que cualquier podía pensar, aunque no lo admitía, o siquiera sabía. Así que, encariñarse de Aniel fue algo que no esperaba, y todo había sucedido sin que tenga tiempo de percatarse.

Al llegar, Aniel tenía varias fracturas, que incluso luego de esas dos semanas no curaron, y tomarían aún un buen tiempo en sanar, pero ya no significaban un peligro. Así que, Ariadna pasó en particular bastante tiempo con ella, tratando las lesiones, que en algunos casos, eran severos, como el brazo derecho donde Ariadna creyó ver una gran hinchazón hasta descubrir que se trataba de un hueso quebrado a punto de atravesar la piel. Aniel le contó durante todos los días que le cuidó lo que le había ocurrido. Su suerte no fue mejor que la de los demás. Su casa había sido uno de los primeros lugares en ser atacados por los Justos, y antes de que pudiera saber lo que ocurría sus padres ya estaban sin vida tendidos en el suelo, así que sin tiempo a reaccionar, en pánico y sin aliento, corrió hacia la habitación de su hermano menor, lo cargó en brazos y envolvió en sábanas, y justo antes de ser atrapada por los asesinos, saltó por la ventana, y emprendió la carrera, gritando y advirtiendo a todos, sin importarle o tal vez notar que tenía un gran pedazo de vidrio incrustado en el muslo izquierdo. Sus gritos de alarma, de hecho, evitaron que mucha más gente muera.

Siguió corriendo, adolorida por la gran herida en la pierna, pero casi al instante topó con otro grupo de los Justos, y antes de poder cambiar su rumbo, uno de ellos se le adelantó y la tumbó con un puño directo en la cara. Mientras intentaba recuperar la conciencia y ponerse de pie, vio horrorizada cómo cargaron a su hermano como un animal y lo apuñalaron, en ese instante, se incorporó con las pocas fuerzas que le quedaba y embistió al que tenía a su hermano, arrebatándolo de sus brazos, pero otro de ellos volvió a tumbarla, e ignoraron al niño que cayó bruscamente de espaldas, esta vez empezaron a patearla y golpearla en el suelo. Entre las figuras de los agresores que no dejaban de torturarla, cerca de ella, vio el cuerpo ensangrentado de su pequeño hermano, aún se movía y lloraba desesperadamente, y tuvo la esperanza de que alguien lo viera y se lo llevara, pero sus esperanzas eran muy tenues… No pudo creer que eso estuviese sucediendo; pensó, y deseó con todo el corazón que fuese una pesadilla, porque así despertaría en su cómoda cama, y vería a su madre preparando el desayuno, entonces le daría los buenos días. Preguntaría por su padre y le respondería que estaba pescando, como siempre, junto al pequeño Gabriel. Sonreiría al imaginar a ambos divirtiéndose como críos, aunque uno de ellos aún lo era. Esbozó una débil sonrisa al imaginar aquello mientras sollozaba, ya muy débil. Pero no era un sueño, y no despertó, en cualquier momento, se dejaría morir, se iba rindiendo ante al dolor…hasta que vio repentinamente cómo dos de los hombres cayeron sin aliento; Euros y un compañero los habían atacado, y luego de derribar a los demás antes de que puedan reaccionar al sorpresivo ataque, ayudaron a Aniel a incorporarse, quien apenas podía moverse. La arrastraron lejos de la multitud y el peligro, y cargaron a su hermano Gabriel, que milagrosamente seguía moviéndose. Euros desapareció por un par de minutos, hasta que volvió con vendas, agujas y algunos frascos. El compañero de Euros cargó a Aniel, y Euros al niño, y se alejaron apresurados de Nynfa, desapareciendo en los bosques. Aniel dirigió su mirada a Gabriel… y en ese instante, perdió la conciencia. Cuando despertó, estaba en una carroza, era de noche. Euros fue la primera persona con quien sus ojos chocaron, quien ansiosamente acudió a ella, pero al instante sus ojos empezaron a buscar a su hermano, que para su fortuna, estaba dormido al lado de ella, no había fallecido. Revisó su herida, y llevaba una desagradable marca roja en el costado de su estómago. Euros le explicó entonces que logró salvarlo antes que muriese desangrado, aunque le cicatriz dolería mucho cuando el sedante pierda efecto y despierte. Aniel cogió a Euros en un desesperado abrazo y rompió en lágrimas. El compañero de Euros era, en efecto, su hijo mayor, Danael, que se encariñó mucho con Gabriel, algo que alivió a Aniel porque durante todo el trayecto hacia el norte hasta dar con Dálamos, se sintió muy débil y no podía atender a su hermano de seis años, aunque él ya se sentía mejor y caminaba sin problemas, incluso reía y se ponía terco e inquieto. Preguntaba mucho por sus padres, a lo que Aniel siempre respondía con un frío silencio y un par de ojos sollozantes. Danael finalmente le había explicado que “Todas las personas, al nacer, tomamos prestado el fulgor de una estrella del cielo para vivir, y llega luego el momento en el que debemos ser humildes y devolver ese resplandor que tomamos para realizar nuestro objetivo en el mundo, y en nuestro lugar, aparece una estrella más en el cielo”. Le indicó también que si quería ver a sus padres, sólo debía mirar a las estrellas, que entre todas ellas, estaban vigilándolo, cuidándolo hasta que deba reunirse con ellos. Eso fue poco antes de llegar a Dálamos, donde felizmente fueron recibidos y atendidos.

-Es horrible- había dicho en algún momento Aniel mientras Ariadna trataba sus fracturas y heridas –ver a tu familia morir, es un momento en el que todo se detiene, un escalofrío que recorre cruelmente todo tu cuerpo, sientes que en cualquier momento te desvanecerás, porque lo has perdido todo. Es lo peor que pudo sucederme en la vida… y más me duele no haber podido despedirme de ellos, ni enterrar sus cuerpos… Aunque, me siento tan agradecida con que Gabriel esté vivo, él es mi luz, mi esperanza, es mi ángel.

Ese sentimiento era horrible, sí. Ariadna lo sabía, lo había conocido cuando su madre la protegió del impacto de una explosión, una mañana que buscaban sobrevivientes en la guerra, en las afueras de Dálamos. Entendía ese momento en el que “Un escalofrío recorre cruelmente todo tu cuerpo” cuando, luego de recuperarse del aturdimiento, se incorporó e intentó despertar a su madre, pero jamás despertó. Y aun cuando supo que no lo haría, no dejaba de pronunciar su nombre, pidiéndole exasperadamente que despierte, fue la única vez que no le importó si en ese instante todo el reino contemplara su debilidad, su desgracia. Pero, desde luego, no lo compartió, ni con Aniel, ni con nadie, aquél sufrimiento, aquél momento, y esa escena, se lo guardó sólo para ella, y claro, su padre.

La historia de Aniel, desde luego que despedazó el corazón de Ariadna, y fue posiblemente la primera vez en muchos días que tuvo que voltear hacia donde nadie miraba su rostro para dejar escapar sus inevitables lágrimas. Algún día, pensó para sí misma, ya no podría esconder toda la pena e ira guardadas por mucho. Y en esas dos semanas le quedó claro que, los Justos habían sido los culpables de tal desgracia, y estaba convencida de que hallaría el momento, lugar, para hacer que paguen por sus ultrajes, y el precio sería, desde luego, mucho más que sangre.

Ariadna, además, vio en Aniel algo que ella mismo se negó, porque claro está, no podía ignorarlo, sabía que era el motivo por el que se había encariñado de ella. Vio en Aniel, un reflejo de ella misma de alguna manera que no podía comprender, o tal vez sí pero se rehusaba a hacerlo. Era, quizás, como ver su lado sensible totalmente expuesto, era lo que escondía del mundo. Y sentir tal apego a la muchacha era, dulce, y amargo. Prefería la soledad, y evitar los amigos, relaciones, o cualquier situación en la que se sienta expuesta a sus sentimientos, y es que enfrentar sus propias emociones, aquella realidad, era lo último que Ariadna quería hacer.

Dhimos y Julián ya se encontraban hablando preocupadamente por el ataque de los Justos. Era hasta ese momento difícil pensar que aquél gremio, considerado farol de la humanidad por siempre, pudiese ser culpable de tal brutalidad. Euros les había proporcionado toda la información que necesitaban, y no cabía duda alguna que aquellos invasores eran guerreros del Castillo de los Justos. La pregunta, que nunca pudieron responder era ¿Por qué?

Tanto Dhimos como Julián no querían caer en que ahora el Castillo era un enemigo de los pueblos libres, a diferencia de Ariadna que ya deducía que eran culpables.

Tras largas discusiones, siempre sin llegar a una clara conclusión, el rey y su general, optaron al fin, por marchar hacia la costa, hacia Nynfa, para buscar respuestas, pistas, algo que pudiera iluminar a tan cruel y más que todo, confuso evento.

Era como si, una madre, sin razón alguna, decidiera matar a su hijo. Los Justos, por tantos años divulgando la esperanza, fe, conciencia y paz, luego asesinando sin dar explicaciones…. ¿Era acaso coherente? Claro estaba, eran guerreros del Castillo, no refutarían el oscuro y amargo testimonio de Euros y sus compañeros, pero necesitaban respuestas, y desvelar la verdad escondida.

La decisión de Dhimos alegró a Ariadna, aunque su alegría se desvaneció casi tan rápido como cuando escuchó la primera noticia al saber que el encargado de la mencionada exploración sería Julián, esta actitud no sorprendió al rey ya que sabía que su hija esperaría ser quien realice el viaje. Julián, por su lado, no pudo evitar sentirse mal al ver decepcionada a la princesa, por lo que puso en sugerencia que ella podría acompañarle a él y sus hombres. Dhimos, desde luego, no dio lugar a que su hija salga del reino con el temor de semejante peligro (en especial no luego de perder a su amada mujer). Ariadna no hizo más que resignarse, aunque para sus adentros, se sintió agradecida con la voluntad de Julián para ayudarle a cumplir su deseo, aunque, desde luego, seguía molesta.

-Enviaré una lechuza si sucede algo inesperado- indicó Julián a Dhimos.

-Lo siento- dijo para despedirse de Ariadna. Siempre quiso acercarse a ella como un amigo, porque no fue difícil detectar que a pesar de ser una mujer energética, se aislaba del mundo, pero siempre sucedían imprevistos como aquél, en que Julián era colocado en una situación por la que Ariadna debía molestarse u objetar.

Y así, al amanecer del 3 de junio de 1969, quince hombres, a la cabeza de Julián, entre los que también se encontraba Danael (era lógico que deseara volver a su pueblo, además de ser el único en condiciones de hacerlo) partieron de Dálamos, en búsqueda de respuestas, dirigiéndose hacia el sudoeste, camino a Nynfa y las costas de Europa.

Si bien Ariadna no pudo realizar la tarea que había sido encomendada a Julián, aprovechó para tomar cartas en otros asuntos, jamás habría algo que no deba hacerse para ella. Regresó al palacio real en busca de Aniel, quería saber cómo se encontraba. Entró por el salón principal, y subió por una de las dos escaleras arqueadas que conectaban el segundo nivel del palacio con el salón principal. Tomó el pasillo a la izquierda, para luego dirigirse a una de las puertas que estaban distribuidas en fila.

Ahí vio a Aniel, recostada con un montón de vendas por todo el cuerpo, parecía momificada, pero se veía más alegre, estaba conversando con el pequeño Gabriel, cuando ambos vieron a Ariadna, desprendieron una inmediata sonrisa, Gabriel dio un salto de la cama de Aniel y saludó a la princesa con un abrazo.

-¿Cómo están?- preguntó mientras respondía al niño acariciándole la cabeza.

-¡Yo estoy muy bien!- respondió Gabriel con gran energía y una voz bastante aguda y tierna.

-Mejorando- dijo Aniel por su parte.

Mientras Gabriel jugaba y curioseaba por todo el cuarto, Ariadna aprovechó para contar a Aniel sobre la expedición hacia las costas de Europa, y desde luego, Nynfa. Ariadna emitió un suspiro al saber la noticia, y no pudo evitar sollozar. Pero sabía que reaccionaría de esa manera, por eso mismo, Ariadna había hecho algo que esperaba que no fuese ninguna ofensa o intromisión para Aniel. –Mira… Aniel, antes de partir, pedí a Julián un favor personal. Le dije que, al llegar a Nynfa, quemen los cuerpos que encuentren en el pueblo, y realicen oraciones de ceremonia, y bendigan el lugar para que no caiga ninguna energía maligna sobre el pueblo, y eso ha sido algo con lo que no sólo él sino mi padre y todos los guerreros que van en la expedición, e incluso Danael, estuvieron de acuerdo, todos perdieron amigos, familia, y muchos seres queridos en aquella tragedia. Este pequeño gesto… no los traerá de vuelta, pero al menos, estarás segura que pudieron despedirse de alguna manera… y sus cuerpos no fueron vilmente olvidados y abandonados para siempre.

-¡Oh, Ariadna!- exclamó Aniel ni bien terminó de hablar, e irrumpió en un fuerte abrazo. No, no se había ofendido, y fue un gran alivio para Ariadna.

Durante el resto del día, dedicó su tiempo a Aniel y Gabriel, quien no dejó de hacer preguntas que para Ariadna, fueron muy interesantes (¿Por qué el cielo es azul? Fue su favorita). No cabía duda alguna, ambos se habían convertido en personas importantes para Ariadna, y de algún modo, aquello dejó de incomodarle, y pensó para sí misma que, tal vez, inspirar confianza y fortaleza a los demás no signifique que debamos olvidarnos de nuestra humanidad. Con este último pensamiento se despidió de sus nuevos seres queridos, y fue a descansar.

Julián y sus hombres, junto a Danael, cabalgaron por cuatro días, sin encontrar rastro de los Justos en el trayecto, en todo el viaje contemplaron la mima naturaleza, muerta por la guerra (tomaría mucho tiempo hasta que vean una primavera como las de antes pensó Julián), pasaron por dos o tres aldeas, que sólo eran escombros, y ruinas, sin señal de vida, o siquiera muerte. No hallaron cuerpos, ningún rastro de los Justos. Pronto arribaron sin problemas en Nynfa.

Al llegar al pueblo, Julián pensó que, si Dhimos o Ariadna presenciaban lo que él, se darían cuenta de que todo lo que imaginaban con las historias que les habían contado sobre lo sucedido era mucho, pero mucho peor de lo que esperaban.

Lo primero fue el olor. Todos los cuerpos estaban ya descompuestos. La escena fue muy impactante para Danael, que tuvo que contener las ganas de vomitar y caer desmayado, Julián desde luego no se sorprendió, imaginó si viera lo mismo al llegar a Dálamos, su hogar, sus seres queridos. Tal vez su reacción sería incluso peor.

Recorrieron en silencio el lugar, y durante un buen tiempo no pronunciaron palabra alguna.

-Creo…-dijo finalmente Julián- que es hora de despedirlos.

Danael asintió con la cabeza, y todos vistieron guantes y barbijos de tela, para luego disponerse a acomodar los cuerpos en un mismo lugar. Julián pidió a Danael no participar de aquello, pero insistió en que quería hacerlo, y se mantuvo fuerte hasta que tuvo que detenerse en el momento que se vio cargando el cuerpo de su mejor amigo, emitiendo un grito que podía haberte escuchado a metros de ahí. Julián no aceptó que vuelva a tocar un solo cuerpo, ya que no permitiría que siga torturándose. Así que se alejó hasta que Julián y sus hombres terminen de reunir los cuerpos.

-Bien ¿Estamos listos?- preguntó Julián una vez reunidos todos los cuerpos, a lo que tanto sus hombres como Danael asintieron. –Es hora de dejarlos partir –dijo luego de suspirar, y mientras rociaba “Lágrimas de Cielo” (agua que era bendecida por los sacerdotes de cada reino) sobre los cuerpos, continuó –No dejemos que caigan en la desgracia, ni que la energía maligna caiga sobre este lugar que fue cuna de tanto amor, prosperidad, y felicidad de gente unida, familias, parejas, y amigos. Esta oración, estas palabras, serán el consuelo que les permita abandonar este lugar, y ser parte de nuestras memorias, y del eterno cielo.

Dicho esto, cada uno tomó una antorcha, las encendieron, y procedieron prender los cuerpos en fuego.

Mientras las llamas hacían su trabajo, Julián, Danael, y los quince guerreros que los acompañaban, empezaron a entonar una recitación, una especie de canto, que iba despacio:

Pronto viene el sol,

Duerme y soñarás

La creciente luz

Verás desde el final

Junto a ti estaré

Moriré también

Luego el mar azul

Las penas llevarán

Luego el sol serás

En el cielo azul

Nadie ya podrá

Herirte ni alcanzar”

Al terminar la canción, quedaron en silencio por un minuto. Después, cada quien se alejó para descansar un poco, y recuperarse de la triste y perturbadora escena. Julián sintió un leve alivio en sus adentros, ya que si Ariadna hubiera estado ahí, no creyó que habría podido soportarlo.

Julián recorrió lentamente el difunto pueblo, a manera de buscar alguna pista sobre los Justos. Entró en algunos hogares, que estaban en ruinas, algunos sólo escombros, y buscó algún objeto, tal vez alguna espada de los Justos, algo, cualquier cosa que pudiese darle pistas sobre los asesinos, y en el mejor de los casos, de su paradero. Pensó que si no lograban hallar nada, tendrían que buscar las huellas de los hombres, que según los ciudadanos de Nynfa, habían llegado en caballos, así que si las huellas los delataban, podrían saber hacia dónde se habían dirigido, pero no estaba seguro si luego de casi un mes, las huellas estarían intactas. Pensaba en aquello mientras buscaba, hasta que escuchó una lejana voz, al instante se asustó y rápidamente desenvainó su espada, ralentizó el paso y procuró no hacer ruido… la voz desapareció, tuvo miedo de ser descubierto, así que se detuvo en seco, no dio un solo paso más, y silenció el sonido de su respiración cuanto pudo. Segundos después, volvió a oír la voz… esta vez más clara... aunque aún no podía deducir si era hombre o mujer, parecía ser… ¿De un niño? Se percató luego de que la voz estaba cantando:

“…Pronto viene el sol,

Duerme y soñarás

La creciente luz

Verás desde el final…”

Lenta y sigilosamente, se dirigió hacia la voz… hasta que se hacía cada vez más clara y fuerte. Ya cuando sintió que estaba bastante cerca, prosiguió con extrema cautela… estaba bastante lejos de su grupo, así que sería muy poco probable contar con apoyo, sin embargo no daría un paso atrás, debía hacerlo. Se desplazaba pegado al muro de una ruinosa casa, se detuvo justo en la esquina del mismo, la voz estaba justo al otro lado lateral de aquél muro.

“…Junto a ti estaré

Moriré también

Luego el mar azul

Las penas llevarán…”

Julián se puso bastante nervioso… primero utilizó el reflejo de su espada para ver a la persona que se encontraba cantando tras doblar aquella esquina, no fue muy claro lo que vio, pero parecía una persona entunicada, no había otros. Así que, armándose de valor, dobló la esquina de la casa lentamente y de espaldas, estaba una persona vistiendo una oscura túnica, al igual que una capucha.

“…Luego el sol serás

En el cielo azul

Nadie ya podrá

Herirte ni alcanzar”

La persona entunicada, entonces, volteó lentamente, Julián sólo observó, atónito y sorprendentemente aterrado, a tal punto que no podía mantener la espada firme. Estaban frente a frente, él y aquella persona misteriosa… aún no podía verle el rostro, hasta que, como si hubiera leído su mente, se quitó la capucha.

Julián no podía creer lo que vio, aquella persona… era… era hermoso, jamás había visto un hombre tan bello… podía ser un niño. El niño se quedó mirándolo fijamente, con una mirada tan profunda y tan terrible, que Julián se sintió completamente desarmado… estaba asombrado ante tanta belleza, y al mismo tiempo, tan asustado… no dejaba de temblar… entonces, el niño le sonrió… una sonrisa sublime, y a la vez, sumamente terrible.

-Te estaba esperando…